Qué sería de mí sin ti

Me gusta cómo te revuelcas en mi cerebro
y acaricias mis ideas
a sabiendas de que estarás en mis sueños.

Me dejas embobada al desnudarte
y ni siquiera te quitas la ropa.

Tienes esa maldita costumbre
de dejarme siempre con las ganas de tocarte.
Dios, tú tienes la culpa
de que las yemas de los dedos me ardan de esta manera.

Es por eso que te escribo tanto,
porque si quiero hablar de belleza,
no se me ocurre mejor metáfora que tus labios
cuando me llamas Pequeña, Bonita o Preciosa
-Así en mayúscula porque a veces te creo-,
ni mejor antítesis que tú y yo
para hablar de libertad.

Pongo la mano en el fuego si digo
que renunciaría al amor por mí
para que tengas el tuyo dos veces.
Sabiendo que contigo no bastan dos corazones,
ni dos almas al completo
para sentirte como en estas líneas
yo te siento.

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