Escribir siempre ha sido tan fácil como vomitar sobre las teclas de todos mis dispositivos. Más sencillo que escribir un mensaje que reconocer mi ansiedad que reconocer mi hambre. Mi pequeñita carrera ha consistido en dejar los dedos y el corazón en automático para luego revisar corregir estudiar, para después preguntarme quién va a limpiar toda esta sangre quién a mis veinticinco años va a recoger este desastre darme la mano, entender que en cada poema se me desprende un trocito de alma al que tengo que guardarle luto y esperar otro año a que vuelva a crecer Cada vez que escribo me reinvento, me convierto en animal, en bosque, en niña, Y me asusto. [Según dije, prometí seguir haciéndolo] todo aquí ha sido un proceso tan sencillo, claro y corto que lo he ido abandonando tanto hasta no reconocer a mis hijos como propios
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